Mi amigo Daniel dijo hace unos meses que Ringo era el mejor disco del año. Le
respondí “Epa!”. Ayer nuevamente Daniel volvió a decir que Ringo es el mejor disco del año. Y esta vez no le respondí.
Sin embargo, creo que, sin estar muy seguro que Ringo sea el mejor disco del año
-generalmente me resultan difíciles esas aseveraciones-, creo que Ringo tiene una de las mejores canciones
que escuché en los últimos tiempos: esa que dice Ningún invierno empieza si mantenemos vivo el deseo.
La misma que dice que a
esta edad empiezan a incomodarnos las horas. La que jura no tripular más naves incendiadas. La
que asegura que ya empezaron a seducirnos
las sombras. La que admite que ya están
vencidas las drogas.
La que estribilla que ningún
invierno empieza hasta que no seas vos quien dé por apagado el sol.
[También Ringo,
ese disco que mi amigo Daniel repite que es el mejor del año, tiene unas
melodías salvajemente inapropiadas para oídos encarcelados, construye paredes
de guitarras filosas que sobrevuelan las canciones, inquieta desde el non-sense
que desarrolla ese anti rockstar maduro en años de calzas atigradas o densamente coloridas, tiene la
mejor producción de la discografía de Massacre, articula metáforas
caramelizadas (se reían de fruta pero
eran de mentol), metáforas tecnológicas (obedeciendo al ordenador, qué sumiso sos mi amor), metáforas
descuidadas que citan a la nueva generación rocker (no era nuestra intención matar a un policía motorizado, no era nuestra
intención ser de mármol y parecer hipnotizados), todo eso con metáforas filosóficas de la experiencia
propias de un Hume alquimista y algo descreído (no pruebo nada sin probarlo, científico a medias, místico a la mitad).]
Ringo, un sutil cross al
estómago del, a veces, bastante seguido, probablemente, alicaído rock argentino.
Maridajes
Cuándo: cuando dudemos de los inviernos
Dónde: en el centro del deseo
Cómo: en el ring side
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