De la memoria involuntaria pudimos viajar hasta los aromas que nos representan al pasado en imágenes tan nítidas y reales como las que nuestros sentidos nos muestran del presente. Quizás bastante más nítidas y reales que las que nos presentan los diarios todos los días. Esta chicana mediática se ubica acá porque por aquellos tiempos ese pequeño preadolescente futuro enfermito compraba o pedía que compraran todos los viernes un diario que hoy es cada vez menos grande, que por aquellas épocas no era evidente en su editorial o al menos ese preadolescente ni cerca pasaba de andar viendo esas cosas. La cuestión es que todos los viernes había empezado a salir (formalmente me podrían decir que aún hoy sale, pero les juro que eso que sale los viernes de este momento no es lo mismo que aquello, no es lo mismo por mí pero también no lo es por sí mismo) el suplemento joven del diario. Donde se escribía sobre rock, brillos y decadencias, culturas jóvenes y mucho de eso que uno empezaba a aprender a llamar under. Por esa época en el suplemento Sí escribían entre otros Febre, Rosso (no Stanley, Alfredo claro), Fernando García y estaba siempre presente la maravillosa columna Buenos Aires me mata de Laura Ramos.
Hace unas semanas Juan durmió un par de noches en la casa de su abuela, casa que era la que albergaba mis noches de escuchas estivales (yo recuerdo las de verano, imagino que habrá habido otras) de músicas que el programa En mi cuarto -en la primera FM de mi pueblo- me acercaba mientras yo disfrutaba de la oscuridad en mi cuarto. Dos anécdotas se dieron con la estadía de Juan, una fue que apenas lo vi me dijo “mirá lo que me compré” mientras me mostraba en sus manos el disco ¡Bang! ¡Bang!... Estás liquidado, reeditado en formato CD. Inmediatamente se me vino a la mente mi viejo cassette del mismo disco, que arrancaba el lado B con Nadie es perfecto, hoy quinta canción de un continuo de nueve y que en el tamaño de su tapa casi ni llegaba a distinguirse el Goya intervenido. La otra situación fue que Juan me contó que encontró en un cajón una gran colección de suplementos Sí de aquellas gloriosas épocas que yo aún no volví a ver, pero que imagino de páginas amarillas, algo húmedas y con olor a historia y a bonitas noches de verano en mi cuarto. Juan hoy tiene algunos meses más de la edad que tenía yo en aquel momento, pero no tiene la suerte de leer a Laura Ramos en el devaluadísimo Sí actual, de imaginarse eso lejano que sería el Parakultural, el under musical y teatral con sueños de algún día conocerlo, ni tampoco de escuchar la novedad de Bang Bang. Tiene otras suertes, muchas, muchísimas, que la filosofía de la historia y el tiempo -siempre el tiempo- le brindan.
Al escuchar Bang Bang hoy se me presentan dos fuertes significancias: por un lado, aquel recuerdo de olores estivales, espíritu preadolescente, lecturas deseosas y casi compulsivas y noches oscuras de escuchas radiales; por otra parte, la mirada -u oído- actual, que no puedo creer al escuchar que haya quedado el zumbido de las válvulas del Marshall de Skay cuando se enciende la luz roja del estudio de grabación y antes del primer contacto de la púa con las cuerdas en La Parabellum del buen psicópata, o el cuarto golpe de palitos de Sidotti con el que marca el tempo en el arranque de Esa estrella era mi lujo y que también quedó -hoy pensamos, increíblemente- dentro del disco.
Por otro lado, además de todo eso dicho antes, Bang Bang es un discazo, es el disco más rabioso y rockero de los Redondos y con 9 canciones dignísimas de un lugar en el Olimpo del rock argentino. Es el abandono por parte de la banda del sonido de los ’80 y el primer paso a la entrada a los ’90 que completarían con La mosca y la sopa.
Hoy podría elegir escuchar Un Pacman en el Savoy, Nuestro amo juega al esclavo o el cocainómano Rock para los dientes, que se me presentan reactualizados en sonido y estilo, pero sin embargo prefiero seleccionar para escuchar aquella canción que en 1989 me hacía alucinar con su extraño solo de guitarra (que en realidad lo que me llamaba la atención del solo de La Parabellum, creo hoy, es que la canción entera se detenía y que la secuencia de acordes variaba absolutamente haciendo una canción dentro de otra canción, y en mi preadolescencia eso que no distinguía qué era exactamente se me presentaba como un universo de sensaciones desconocido y maravilloso, además de la precisión y hermoso gusto de Skay, claro).
Maridajes
Cuando: un día hermoso
Dónde: en el Savoy
Cómo: con un heroico Whisky
Patricio Rey y los Redonditos de Ricota -
maravilloso, simplemente maravilloso.
ResponderEliminardefinitivamente este tipo de post en donde la memoria juega un rol protagonista son exquicitos, dignos de una novela.
gracias!
Gracias chajucito, muy lindas tus palabras (pero se que me querés y sos poco objetivo).
ResponderEliminarCon respecto a la novela, si me llamara Proust al menor atisbo de un golpe de memoria involuntaria no perdería el tiempo y te escribo 7 novelas al hilo. Pero no me llamo Proust, y en esta época tan web 2.0 recupero el tiempo perdido con cada tonta cosa...
Abrazo enorme y gracias nuevamente
Muy bueno Ferni,me morí con lo del ruido del Marshall y el cuarto golpe de palillos de Sidoti...no te imaginás las veces q se me paso por la cabeza eso mismo.
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