Hace rato que no me ponía con esto.
La semana pasada estuve escuchando mucho un par de discos. Casualmente (¿causalmente?) esos discos eran el de Velvet & Nico de la banana y New York de Lou Reed. El viernes y un rato del sábado calcé la remera de la banana que abajo tiene la firma de Andy Warhol. Ayer domingo muy temprano me entero que se había ido el viejo Lou. No dudé en escribirle inmediatamente a Stanley. Los dos pensábamos lo mismo: era un día triste.
Hace rato que no me ponía con esto.
El tiempo que pasó, hace no tanto, me encontró recorriendo las calles del viejo Lou. Y en cada paso, en cada pared, en cada boca de subte, me imaginaba cruzarlo. El viejo Lou ya estaba transplantado y transcurría sus últimas semanas. Compré el disco de la banana en una hermosa disquería de vinilos de la calle Bleecker no muy lejos de donde ahora me entero que vivía con Laurie Anderson y donde el domingo murió.
Hace rato que no me ponía con esto.
Desde que el viejo Lou nos contaba lo que era New York y sus sucias calles. Sus Pedros hambrientos y cansados. Que quieren volar para desaparecer. Desde que Pedro se alojaba en paredes de cartón y con sábanas de papel de diario. Desde que las hermosas estrellas en sus limusinas se mostraban por el Lincoln Center. Desde que Lou nos contaba lo que era realmente la vida.
New York donde ayer se fue una de las mejores cabezas del rock mundial.
Amigos, escuchen Dirty Blvd., si se les pone la piel de gallina cuando Pedro quiere desaparecer, estamos experimentando cosas parecidas.
Gracias viejo Lou.
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