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Una sección debe arrancar siempre por el comienzo. Y en el comienzo fue el verbo. Pero el verbo estaba basado en alguna estructura, si no no habría verbo. Y esa estructura era algún tipo de alfabeto. Y ese alfabeto empezaría -arbitrariamente- con ABC (quizás, tal vez, ¿quién sabe?).
Los 5 hermanitos Jackson que allá por 1970 editaban un disco (su segundo disco) que se llamaba ABC, igual que la canción que nos convoca.
Lisandro Aristimuño y el comienzo de su cuarto disco, hermoso cuarto disco, del año 2009, que comentaremos en algún momento. ABC abre Las Crónicas del Viento.
Finalmente, Edu Pitufo Lombardo y una bellísima canción amilongada de su disco Rocanrol que, adivinen cómo se llama...
ABC, porque todo alguna vez tiene un comienzo.
Disfruten el debut de esta nueva sección, bell@s lector@s-escuchador@s.
Mi amigo Daniel dijo hace unos meses que Ringo era el mejor disco del año. Le
respondí “Epa!”. Ayer nuevamente Daniel volvió a decir que Ringo es el mejor disco del año. Y esta vez no le respondí.
Sin embargo, creo que, sin estar muy seguro que Ringo sea el mejor disco del año
-generalmente me resultan difíciles esas aseveraciones-, creo que Ringo tiene una de las mejores canciones
que escuché en los últimos tiempos: esa que dice Ningún invierno empieza si mantenemos vivo el deseo.
La misma que dice que a
esta edad empiezan a incomodarnos las horas. La que jura no tripular más naves incendiadas. La
que asegura que ya empezaron a seducirnos
las sombras. La que admite que ya están
vencidas las drogas.
La que estribilla que ningún
invierno empieza hasta que no seas vos quien dé por apagado el sol.
[También Ringo,
ese disco que mi amigo Daniel repite que es el mejor del año, tiene unas
melodías salvajemente inapropiadas para oídos encarcelados, construye paredes
de guitarras filosas que sobrevuelan las canciones, inquieta desde el non-sense
que desarrolla ese anti rockstar maduro en años de calzas atigradas o densamente coloridas, tiene la
mejor producción de la discografía de Massacre, articula metáforas
caramelizadas (se reían de fruta pero
eran de mentol), metáforas tecnológicas (obedeciendo al ordenador, qué sumiso sos mi amor), metáforas
descuidadas que citan a la nueva generación rocker (no era nuestra intención matar a un policía motorizado, no era nuestra
intención ser de mármol y parecer hipnotizados), todo eso con metáforas filosóficas de la experiencia
propias de un Hume alquimista y algo descreído (no pruebo nada sin probarlo, científico a medias, místico a la mitad).]
Ringo, un sutil cross al
estómago del, a veces, bastante seguido, probablemente, alicaído rock argentino.
Ayer por la tarde cargué este disco en el reproductor de mp3
y salí a la calle.
Desde que Gustavo Cerati quedó internado en coma no había
escuchado su voz. Es decir, no había escuchado su voz poniendo la atención en
escuchar su voz. Hace bastante más de un año ya. Quizás había escuchado a Soda
Stereo o sus canciones como solista en alguna radio, en alguna reunión, en
algún momento, en algún lugar. Pero como música de fondo. Nunca como ayer,
nunca detenidamente, nunca adrede.
Ayer por la tarde cargué Amor Amarrillo en el mp3 y salí a la
calle. Escuché la primera canción del disco, la que le da nombre. Escuché la
voz de Gustavo Cerati cantando “un detalle infinito quiero que dure para
siempre”.
En 1990 recién habían volteado el Muro de Berlín, la guerra del golfo estallaba por la TV y un japonés asumía en Perú una de las presidencias más humillantes de la historia latinoamericana. La Europa oriental se reordenaba (o se despedazaba). Mubarak y Gadafi (Kadafi por esos días) controlaban de forma muy particular buena parte del norte africano. Argentina tenía muy presente la hiperinflación y había votado a Menem que inauguraba corte de patillas para "no defraudar". En Uruguay, Sanguinetti le daba el bastón de mando a Lacalle. La TV se veía en unos colores estridentes y poco definidos, los medios además de no tener la calidad de imagen actual tampoco tenían el poder económico que estaban recién fabricando.
El 12 de septiembre de ese año, junto a Eduardo Darnauchans se presentaban en el montevideano Teatro Solís con un espectáculo que, dicen, fue espectacular.
En 2008 se editó disco de ese show brindado en 1990, y hace unas semanas lo conseguí en una disquería de la Avenida 18 de Julio.
Hoy, 21 años después de aquel espectáculo y con algunos cambios sociales y geopolíticos sobre las espaldas de los actuales 7000 millones de humanos, Fernando Cabrera toca en Buenos Aires.
¿Qué mejor programa que ahora recordar ese disco grabado en 1990 y editado casi 2 décadas después, y dentro de algunas horas ir a escucharlo en vivo?
La Favorita es
una gran banda de rock gran, que en los ’90 animó muchas de mis noches en bares de esta
bendita ciudad -especialmente, claro, algunos de los que lean esto también lo recordarán, en
el palermitano sótano del Catulo Castillo-. Banda que no superaba la convocatoria de unas aproximadas
200 personas, que tuvo su gran noche en una Trastienda llena -gratis- presentando
su segundo disco y que aún hoy siguen -esporádicamente y con cambios de
formaciones constantes- tocando.
Pero este es
el primer disco. Se llamó homónimamente La Favorita y tenía en su sexto track esta
belleza poética y de guitarras crudas, que debería ser parte de la discoteca
del Museo Peronista.
El estimadísimo
crooner, poeta, chicato y peronista José Luis Castro cantando Las patas en la fuente,
les juro, me lleva a momentos de emoción impensada.
Escuchémoslo
acá abajito mientras, con los dedos en V, brindamos por la lealtad.
Maridajes
Cuándo: también
en los 17 de octubre
Dónde: en la
fuente
Cómo: con los
pantalones subidos y el agua refrescando las patas tras la caminata más leal de
la historia de este país
Tengo la sensación que esta historia ya la conté en algún otro
lado. Pero el 17 de octubre se merece una repetición.
La cosa es así, Jorge Álvarez es uno de los artífices de la prehistoria
del rock local y Mandioca, su sello discográfico, una de las bases sobre las que
se escribió la historia.
La historia dice que era 1970 y en Argentina pasaban cosas
varias. Una de aquellas cosas era que el principal referente político de la
historia argentina estaba exiliado y su partido proscripto. Casualmente, ese era
el partido más popular del país, pero el Estado por esos tiempos estaba en
manos de una dictadura que de popular tenía muy poco.
El compilado que edita el sello de Álvarez -un buen peronista- se llamó Pidamos peras a Mandioca. El pedido que
nombraba al disco no era exactamente a Mandioca. Y la sustancia del pedido no
eran exactamente peras. Era un pedido mucho más grande, acorde a la época. Lo
que se pedía era una enorme pera: un perón. Mandioca pedía por la vuelta del
General Perón subliminalmente desde su tapa.
El ideólogo de la tapa fue otro prócer de la prehistoria: Billy Bond. Éste dijo
alguna vez "Éramos todos peronistas y Jorge Álvarez especialmente. Por
eso la tapa de Pidamos peras a Mandioca es una gran pera… es un Perón. La pera
era Perón y nadie lo entendió. El gran Perón. Nosotros teníamos una forma de
contestar a la represión diferente a la de otros músicos de rock nacional. De
alguna manera, en 1970, Perón era lo contrario a lo que había y, en ese
momento, te identificabas ideológicamente. Era una toma de posición, para saber
de qué lado estabas: del lado de la represión o del otro. Todos nosotros,
consciente o inconscientemente, estábamos del otro lado".
El disco compilaba las primeras canciones de Moris, Manal,
Pappo, La Cofradía de la Flor Solar y Vox Dei entre otros. También esta oda al hippismo
que Tanguito llamó Natural.
Compañeros, lectores, amigos: tengan un muy feliz día de la lealtad.